La gripe es una enfermedad respiratoria contagiosa, causada por un virus. A principios del siglo XX, se creía que la gripe era causada por una bacteria, y no fue hasta 1931 cuando se demostró el origen viral de esta infección.
Existe una gran familia de virus de la gripe que se agrupan en tres géneros: A, B y C. En la superficie de los virus A existen dos compuestos bioquímicos, llamados grlucoproteinas: Hemaglutinina (H) y Neuraminidasa (N) que juegan funciones importantes tanto en el anclaje del virus de la células de la mucosa del tracto respiratorio, como provocar la reacción de fusión de la cubierta externa del virus con la membrana de las células humanas, proceso mediante el cual el genoma del virus accede al interior de la célula, comenzando la infección. Los numerosos virus del género de la gripe A difieren en la composición química de estas glucoproteinas. Las diferentes combinaciones crean subtipos de virus, cuya característica más relevante es que los anticuerpos que reaccionana y neutralizan a un subtipo no lo hacen contra el resto. Esto es muy importante a la hora de producir vacunas, pues los anticuerpos que genera en el organismo humano deben ser capaces de neutralizar a los virus que en esa estación estén circulando en el entorno, pues de lo contrario no tendrían efecto protector; por eso todos los años las vacunas deben adaptarse a las cepas que sean preponderantes en ese momento, haciendo inútiles las vacunas de temporadas anteriores.
Los virus de la gripe tienen una gran facilidad para mutar y debido a esto, asistimos a la creación de una nueva cepa viral, capaz de escapa a la inmunidad obtenida por cepas previas, y entonces puede producirse una nueva epidemia de gripe, lo que en nuestros hemisferios norte ocurre entre octubre y abril. Las pandemias se producen a menudo por el reordenamiento genético de un virus de la gripe que infecta a las aves y otro virus de la gripe que infecta al ser humano; en este proceso un virus humano de la gripe adquiere cierto número de segmentos genéticos procedentes del virus aviar, con capacidad infectiva al ser humano y potencialmente más dañino que su antecesor.
Los virus de la gripe se transmiten a través de gotitas de saliva que una persona infectada expele cuando estornuda o habla. El virus ataca el epitelio respiratorio y se adueña de la maquinaria replicativa de las células infectadas para producir nuevas progenies de partículas virales e infectar de nuevo a otras células del huésped. El organismo se defiende provocando una respuesta inflamatoria, en la que se liberan unas sustancias llamadas citoquinas, que son las responsables de los síntomas: fiebre, dolor muscular, malestar.... Además, puede aparecer tos, dolor de garganta, moqueo, dolor de cabeza y fatiga.
La gripe es una enfermedad autolimitada, pero la respuesta antinflamatoria del organismo infectado puede llegar a ser de tal intensidad que puede provocar un síndrome de distrés respiratorio agudo y hasta una persona joven puede fallecer a las 24-48 horas del inicio de los síntomas.
Si algo caracteriza a la gripe es su impredecibilidad, y su gravedad puede variar de un año para otro, dependiendo de muchos factores, como el tipo de virus que cause la infección, la disponibilidad de cantidades suficientes de vacunas y en el tiempo adecuado; la buena correlación entre las cepas vacunales y las cepas causantes de la enfermedad; y sobre todo, de la cantidad de gente que se vacuna.
La mayor parte de las personas que sufran una gripe pasarán un proceso leve, sin embargo, otras tendrán más probabilidades de padecer complicaciones que le hagan ingresar en un hospital o incluso morir como los menores de cinco años, las embarazadas, los mayores de 65 años y las personas con problemas de salud crónicos como asma o diabetes.
La neumonía es la complicación más frecuente de la gripe y ocurre normalmente en pacientes mayores aquejados de patología cardiorrespiratoria crónica o que tengan las defensas bajas. Además, algunas bacterias aprovechan esta situación sobreinfectan al paciente y añaden mayor gravedad al proceso.
La edad avanzada es un factor añadido de riesgo en la enfermedad gripal, debido al declive de la inmunidad propio del envejecimiento. Si a ello unimos la mayor incidencia con la edad de otras condiciones médicas crónicas, entenderemos cómo las muertes por gripe se incrementan con la edad, y alcanzan su mayor expresión en los mayores con patología crónica asociada.